
Por Carlos Guzmán
Escribiendo en Vox Populi
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Salgo de la facultad con mi grupo de amigos y decidimos almorzar juntos, durante la charla de sobremesa nos preguntamos entre todos sobre las cosas que más extrañamos de nuestros países más allá de nuestras familias, pareja y amigos. Después esa pequeña charla derivó en una pregunta un poco incómoda, ¿qué es lo que menos te gusta de tu país?”.
La pareja de amigos ecuatorianos y las amigas bolivianas coincidieron que el tema idiosincrático les jode un poco, pues comentan que ese velo de moralidad que se ciñe en las cabezas de los latinoamericanos sigue siendo fuerte, aún en capitales en donde hay más posibilidad de ser diferente y/o de mezclarse entre la masa para pasar desapercibo.
Y esta charla se quedó rebotando adentro de mi cabeza por un par de horas, cuando al fin llegué a casa decidí ponerme cómodo y me metí otra vez en ese círculo vicioso que tanto me encanta: leer noticias y rollos políticos de Guatemala. Pero esta vez fue diferente y creo que la diferencia radica en estar lejos y ver como nuestro proceso electoral es una orgía de puñaladas o un sacarrín de candidaturas. Tampoco quiero sonar ingenuo pensando que los procesos electorales a lo largo y ancho de la región americana son ejemplos de transparencia, civismo y de cultura democrática, porque tampoco lo son, pero en este caso particular el elemento subjetivo es muy fuerte, pues se trata del futuro del país que quiero y del cual no me pienso desprender.
Y continuando con la divagación sobre la telenovela electoral de Guatemala, he de decir que estos días viví una especie de montaña rusa emocional, pues no es nada lindo ver como un grupo de paramilitares son movilizados para los núcleos del poder político del país y amenazan con sabotear las elecciones en caso de no recibir una cuota extorsiva por haber cometido atrocidades durante la etapa más explícita y flagrante del terrorismo de Estado. Pero problematicemos esto, pongámosle sentido, porque en estas latitudes no existe tal cosa como una movilización política espontánea y mucho menos cuando mágicamente puede beneficiar al clásico sector empresarial-político-conservador que todavía no es lo suficientemente cínico o “corajudo” para decir abiertamente que no le gusta la institucionalidad, que no respeta los pactos democráticos y que ve en la Constitución Política de la República un mero menú de restaurante, como dijo hace algunos años un junior que encabezaba al sindicato de empresarios criollos de Guatemala.
Tratemos de ser honestos de una vez por todas, botemos las caretas y llamemos las cosas por su nombre: en Guatemala hay un sector opulento, con control de los medios de comunicación masiva y con demasiada participación adentro de los espacios de toma de decisión del Estado. Este sector conservador históricamente ha negado los hechos más aberrantes y atroces del terrorismo de Estado, hechos cometidos por su grupo de choque, su clica, su mara, su ejército. Y la verdad, estando tan lejos, leyendo las noticias y comentando con los amigos que siguen en la jugada guatemalteca ya puedo responder que es lo que menos me gusta de mi país y es esa relación enferma existente entre sector empresarial conservador, (narco) políticos y ejército, pues cuando el único órgano de control supra poder que medio funciona (y que medio funciona porque no lo lograron cooptar al 100%) resuelve en contra de una de sus candidatas, salen con la vieja confiable de la desestabilización, las amenazas de aprehender a los magistrados y magistradas que no se acoplen a sus gustos y el sabotaje.
Hoy escribo con el hígado y soy enfático en ello, porque son muchos los guatemaltecos y guatemaltecas que por años han trabajado codo a codo en la construcción de una institucionalidad y cultura democrática que nos permita participar y ser representados todos y todas. Por eso y muchas cosas más, creo que no se vale salir haciendo berrinche, victimizándose y distorsionando argumentos jurídico-políticos porque la candidatura de la hija de un golpista no puede ser viabilizada por el texto constitucional que un grupo de conservadores pactó hace más de treinta años. Finalmente, si tanta es la jactancia del debido proceso, estado de derecho, institucionalidad y demás tecnicismos repetidos del diente al labio, respeten las reglas comunes del juego y muestren que pueden estar en un tablero libre de chanchullos o boten las caretas y acepten abiertamente que no son democráticos y que tampoco están comprometidos con la construcción de una Guatemala plural, incluyente y diversa.