
Por Asier Vera
Escribiendo en Vox Populi
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Amo la libertad. Es lo más sagrado en mi vida, después del mero hecho de vivir. No concibo las ataduras, ni personales, ni económicas, ni mucho menos en mi profesión: el periodismo. Por eso, tras muchos años trabajando para distintas empresas, escogí quizá el camino más difícil, pero también el más libre: hacerme freelance o independiente, es decir, realizar mis propios reportajes y venderlos a distintos medios sin estar vinculado laboralmente a ninguno de ellos. Yo elijo sobre lo que quiero escribir y cómo quiero escribirlo, por lo que el texto ha sido elaborado sin presiones de ningún tipo, salvo las que me pongo a mí mismo.
Suena muy bonito e incluso utópico, pero ¿se puede ser libre dependiendo económicamente de medios que tienen su propia línea editorial?
Hasta el momento y ya va para seis años, lo estoy logrando, aunque por supuesto, ha habido temas que no han interesado y nunca han sido publicados en medios. No olvidemos que las empresas periodísticas tienen la batuta y absolutamente todas tienen una ideología o se puede utilizar el eufemismo de línea editorial.
Hoy celebramos la esencia del Periodismo: la Libertad de Prensa en mayúsculas. Nadie estudia para ejercer esta profesión pensando en que no va a poder escribir sobre lo que quiere. Nuestros peores enemigos son la censura y, sobre todo, el miedo que conduce a la autocensura.
Con miedo, no hay libertad y, por lo tanto, no hay Periodismo, porque cualquier amenaza (ya sea quedarse sin empleo o incluso que esté en riesgo la vida) supone coartar la búsqueda de la verdad, que es el único fin que tiene esta profesión. Además, eliminar a un periodista o lograr callarlo supone ir en contra de toda la sociedad que tiene derecho a conocer qué está sucediendo en su entorno y en el mundo.
Es cierto que existen normas que regulan la libertad de expresión, como el artículo 35 de la Constitución Política de la República de Guatemala, que establece que “es libre la emisión del pensamiento por cualesquiera medios de difusión, sin censura ni licencia previa” y añade que “este derecho constitucional no podrá ser restringido por ley o disposición gubernamental alguna”. Sin embargo, este artículo, como todas las normas internacionales que regulan este aspecto, no sirven de nada si los medios reciben presiones de empresas o de los gobiernos de turno, ya sean municipales, nacionales o de cualquier tipo.
La mejor manera de presionar a un medio es amenazarle con cortarle los ingresos por publicidad institucional o de empresas. ¿Es lícito que buena parte del Periodismo viva del presupuesto público que supone una espada de Damocles sobre la libertad? Si un medio escribe algo perjudicial de un gobernante, corre el riesgo de quedarse sin la subvención de turno que lo sostiene.
Lo mismo sucede con el dinero procedente de la publicidad de empresas. Por ello, si queremos que el Periodismo tenga credibilidad, debemos soltar lastre y cambiar el modelo de financiamiento en un mundo en el que hay un empacho de información, mucha de ella falsa. Por eso, es el momento de que los medios pequeños, que nacen con vocación de independencia y no le deben nada a nadie, reciban el apoyo de la ciudadanía a la que hay que acostumbrar a pagar por información de calidad.
Es muy fácil hablar de libertad de prensa, pero ¿qué personas están dispuestas a financiarla? Tampoco creo que el modelo deba dirigirse a que grandes organizaciones filantrópicas apoyen económicamente a los medios porque, al fin y al cabo, todas tienen su agenda política y tarde o temprano van a poner condiciones a ese dinero o los medios alternativos van a entrar en una competición absurda por postularse a ver quién logra antes la subvención.
El Coronavirus ha provocado que la ciudadanía quiera estar informada y, por tanto, los medios de comunicación están resultando más esenciales que nunca en tiempos de confinamiento. ¿Qué está sucediendo ahí afuera? ¿Quiénes toman las decisiones? ¿Qué están aprobando y cómo me afecta? Todas esas respuestas solo las pueden resolver los y las periodistas y, sin embargo, la crisis económica está afectando también a los medios que están vaciando las redacciones ante la escasez de ingresos. Cuantos menos periodistas y menos medios haya, significará un mayor control del poder sobre la información y, por tanto, la muerte de la libertad de prensa.
Los periodistas no nos debemos a ningún gobierno, ni a ninguna empresa, sino que debemos ser independientes y olvidarnos del miedo a perder un empleo o incluso en último extremo a perder la vida por una información. Es fácil decirlo o escribirlo, pero ¿qué persona está dispuesta a este sacrificio por la libertad de contar la verdad? A veces, se nos olvida que, por encima de periodistas, somos personas y como tales, también tenemos derecho a tener miedo y a priorizar nuestra vida o nuestra estabilidad económica por encima de todo. Siempre habrá profesionales que no puedan con la presión, pero también habrá muchos que sigan sacrificando, incluso su vida, por contar lo que muchas personas no quieren que se sepa.
Uno de los objetivos de esta conmemoración, que se remonta a 1993, es rendir homenaje a los periodistas que han perdido la vida en el cumplimiento de su deber. Hoy solo puedo acordarme de mi compañero Pablo López Orosa, quien falleció en noviembre del pasado año a los 34 años tras regresar con una grave enfermedad desde África, donde trabajaba como freelance.
Guatemala tuvo la gran suerte de tener a este periodista gallego durante un año relatando historias que nadie había contado. Su sensibilidad, humanidad y libertad deben ser un ejemplo para quienes nos dedicamos a esta noble y responsable profesión, que continuará viva mientras haya personas con vocación de ser historiadores del presente.