El mayor legado de Jimmy Morales es la impunidad

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    Por Juan Luis García

    Escribiendo en Vox Populi

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    Hace algunos años (décadas) tomé un curso de apreciación del arte en Casa Comal en Ciudad de Guatemala. Era uno de esos en los que mi madre solía meterme, aunque tuviese una semana de vacaciones de medio año, y el curso durase lo que debería de haber sido un plácido descanso.

    No sé quién organizaba la logística, ni por qué otra decena de chavillos fueron orillados a tomar el curso, lo cierto es que cada día llegaba un profesor diferente a enseñar un arte. Un día llegaron artistas como Alejandro Duque entonces de Bohemia Suburbana y otro, muy por el contrario, Jimmy Morales.

    Alivianado, tomó un asiento y habló de teatro (nada memorable), hizo las voces de algunos de sus personajes, que algunos identificaron de inmediato por seguir sus actuaciones en televisión. Así es, sufrimos en vivo un montón de estereotipos racistas (y demás) durante un par de horas,
    de los que se esperaba que riéramos, hasta que todo aquello acabó.

    Hay un trecho entre dar una “lección” a una clase diezmada de niños y ser el presidente de un país.

    En algún momento a alguien se le ocurrió que poner a un cómico sin preparación sería buena idea; alguien inofensivo; un outsider, que contrastase con un descabellado Baldizón, o una exprimera dama con deseos de volver a gobernar.

    A cuatro años el daño está hecho. El mayor legado de Jimmy es la impunidad. Vendió el país para tratar de salvarse a él mismo.

    Lo vendió para desmontar la lucha contra la corrupción, pese a que su lema era ni corrupto ni ladrón; intercambió una afrenta abierta con la comunidad internacional por el apoyo de Marco Rubio y los republicanos en Estados Unidos; cruzó líneas diplomáticas como naufragios de no retorno, como ser el único presidente que secundó a Donald Trump en cambiar la embajada de Israel a Jerusalén, así como firmar para convertir a un país expulsor de migrantes en uno receptor (sabrá Jimmy cuánto ha pujado Marcelo Ebrard para no firmar un acuerdo de tal semejanza en México).

    En Guatemala la economía nunca levantó, el Producto Interno Bruto (PIB) pasó de 3.09 en 2016 a 3.1 en 2018 y dicen que cerrará en 3.5 en 2019. Y peor, sin esfuerzos significativos de cerrar la desigualdad. Por su parte, la tasa de homicidios bajó, pero va al alza en la capital, donde se llevan a cabo seis de cada 10 asesinatos, y las carreteras se diluyen junto con la lluvia.

    Nada lo pudo solo, sino con el apoyo del sector más recalcitrante del Ejército, la bendición de la iglesia evangélica, el propio Álvaro Arzú (y Arzús juniors) y una casta política corrupta con anti Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig).

    Todos sectores que enlistarlos no resulta más que perogrullezco y que, también, tienen nuevo presidente.

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