En la selva se escuchan tiros

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    Por Bárbara Escobar

    Bióloga feminista, promotora de la ciencia y las causas justas. Transformar el mundo (aunque sea un poco) y la convicción de que podemos construir una mejor sociedad es lo que mueve mi vida.

    redaccion@voxpopuliguate.com


    En 2018 empecé a trabajar en una organización dedicada a la conservación cuya área de interés es Izabal y con ello vino el reto de laborar  con bastantes riesgos y conflictos de distinto nivel.

    Estaba preparada para muchas cosas, pero no para tener que vivir de cerca, y de forma recurrente, la violencia hacía los guarda recursos.

    En marzo de 2019 asesinaron a Yuyo, guarda recursos de Cerro San Gil,  y semanas después también asesinaron a Mateo y Gabriel, quienes apoyaban en algunos proyectos de conservación en Sierra Caral. La última vez que vi a Gabriel, nos acompañó a poner unas cámaras trampa en el área. De él recuerdo su sonrisa, su actitud jovial y disposición a siempre colaborar en toda actividad que realizáramos.

    En marzo de 2020 asesinaron a la mamá de otro de los guarda recursos en una de las áreas donde trabajo y meses después él sufrió un atentado, por lo que tuvo que irse del área junto a su familia. 

    Ese mismo año, Byron, otro defensor de la naturaleza, se fue en una de las caravanas de migrantes que buscaban llegar a Estados Unidos. Él me habló antes de irse, me dijo cuál era su plan y que quería probar suerte porque la vida en Guatemala es bien “perra”, no logró llegar, me pidió ayuda para volver y le ayudé como pude para que regresara, hace unas semanas lo asesinaron y todavía recuerdo la última vez que nos estrechamos la mano y guardo su último audio en WhatsApp.

    En marzo de este año desapareció Don Noé, guarda recursos de Sierra Santa Cruz, y más de un mes después no se han tenido noticias de él. La última vez que lo vi almorzamos en su casa,  comíamos hígado con tortillas, nos mostró una máquina para moler maíz que había comprado. 

    Yo le mostré algunas fotos que habían captado las cámaras trampa en el área y quedamos que la próxima vez que nos viéramos se las llevaría impresas.

    Definitivamente, la vida no me tenía preparada para estas situaciones y me impacta pensar que estas son apenas algunas de las historias de algunas áreas que yo conozco. 

    Quienes defienden la vida en este país diariamente son criminalizados, secuestrados e incluso asesinados y muchas veces ni siquiera nos enteramos. 

    Dedico esta columna a todos ellos. Guardo conmigo esas largas caminatas, las empapadas y tendidas de mano después de las caídas en la montaña, esas tortillas y experiencias compartidas. 

    Mi forma de honrarlos es recordarlos, reconocer su trabajo y decir su nombre: gracias a Yuyo, a Gabriel, a Mateo, a don Noé y a Byron, gracia a todas esas personas quienes han perdido la vida trabajando por la conservación, sin que nadie tan siquiera lea o escuche sus nombres. 

    Gracias a quienes siguen en pie de lucha, resistiendo, pero cuyos nombres no menciono por seguridad. Que sepan que su día a día se encuentra lleno de riesgos e incertidumbre y que el sistema también les sigue fallando enormemente a esos nobles corazones que solo quieren proteger la vida.

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