¿Por qué algunos curas abordamos temas de la realidad nacional?

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    Por Víctor Ruano

    De familia campesina jutiapaneca. Presbítero de la Iglesia católica en la diócesis de Jutiapa. Lic. en sociología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Atento a la realidad social y eclesial, para el análisis, la reflexión y el compromiso, desde la praxis de Jesús de Nazaret y del pensamiento social de la iglesia.

    pvictorr@hotmail.com


    De entrada, les decimos que lo hacemos, porque en nuestra misión evangelizadora le apuntamos a una “necesaria madurez de la fe cristiana” en nosotros y en los miembros de las comunidades que acompañamos. Le apostamos a una fe adulta, crítica y trasformadora de la persona y de su entorno social y ecológico. 

    Este es el argumento central que esgrime mi amigo y hermano Sergio Godoy, incardinado a la diócesis de La Verapaz, en un hilo de Twitter compartido en días pasados, que me sirve de inspiración, para la reflexión que hoy les transmito en este espacio, que generosamente me ofrecen los amigos de Vox Populi, a quienes admiro y respeto por su estilo de hacer periodismo: comprometido y solidario con las causas legítimas de los ciudadanos, aunque ello implique arriesgar sus vidas y la de sus familias, frente al régimen impune y criminal que rige este país. 

    Tanto curas como fieles cristianos laicos necesitamos dejarnos interpelar por la persona de Jesús de Nazaret para madurar en nuestra fe e incidir con criterio en la apertura e impulso de procesos sociales que desemboquen en vida digna para nuestros pueblos.

    Es importante comprender que ser discípulo de Jesús, o sea ser cristiano, no consiste en vivir encerrados en un templo, ni anclados a devociones y prácticas  desvinculadas de la realidad y de aquello que es el núcleo de nuestra fe: el seguimiento y adhesión a las enseñanzas del Maestro de Galilea, que predicó el amor y anunció el reino de Dios con sus palabras y sus obras, asumiendo desde el principio que su deber era estar inserto en los pobres y oprimidos de su tiempo, como los campesinos, las mujeres, los marginados del sistema religioso y social de la época. 

    Tal opción implicaba defenderlos del mismo sistema que los oprimía. Anunciar la buena noticia no era entonces solo predicar, hablar por hablar, sino también actuar en la búsqueda y construcción del sueño de Dios para este mundo que él ama tanto. 

    Jesús, en su afán por concretar el proyecto de Dios de una sociedad fraterna y justa, resultó ser un personaje incómodo para los que representaban al poder religioso y político de su tiempo, justamente por saltarse las reglas de leyes injustas con los más débiles y por denunciar con palabras claras y fuertes la falta de amor y la hipocresía del sistema y de sus funcionarios corruptos. 

    Todo lo hizo bien, en su afán por expulsar el mal y convencer a hombres y mujeres, como buen profeta, de que era posible construir otro tipo de sociedad más abierta y solidaria, justa e incluyente. 

    Efectivamente, Jesús cumplió un papel profético y por eso terminó mal, como es la constante en la historia de las sociedades. Aquella sociedad cerrada, racista y excluyente no lo toleró y buscó la forma más vil para eliminarlo, aunque siempre fue un hombre libre y coherente con sus opciones de vida  

    Siendo un personaje tan incómodo para el statu quo de su tiempo, lo mejor era acabar con él de una vez para siempre. Jesús no murió porque Dios lo haya querido. Jamás Dios ha querido sacrificios humanos para aplacar su ira. Jesús fue ajusticiado como un criminal, por un sistema de justicia cooptado. Ciertamente él asumió libremente la muerte, porque fue fiel a sus opciones, a sus causas y convicciones. No claudicó. 

    Los cristianos de hoy y los curas que intentamos seguir el camino trazado por Jesús, debemos abrir bien los ojos y discernir acerca de aquellas situaciones contrarias al proyecto de Dios para denunciarlas y transformarlas con nuestro compromiso social. Callar no solo nos hace cómplices, tontos útiles, sino que también es un pecado grave de omisión.

    ¿Es acaso aceptable a los ojos de Dios que los creyentes callemos ante la corrupción que genera hambre, pobreza, violencia y muerte? ¿O los curas permanezcamos indiferentes cuando vemos sus efectos en los rostros de las personas que acompañamos o peor todavía avalando con nuestra presencia semejante criminalidad desde los que ejercen el poder?

    Por eso todos somos llamados a una conversión que resulta incómoda, pero es necesaria para crecer en nuestra identidad cristiana y presbiteral.

    Madurar en la fe supone entonces asumir las opciones de Jesucristo y asumir también el compromiso social que nuestra misma fe implica. Ignorarla es desdecirnos de nuestra condición de discípulos misioneros desde la Iglesia para el mundo.

    Los sacerdotes y laicos que utilizamos las redes sociales para hacer denuncias, no lo hacemos por “politiquerías”, sino porque hemos comprendido que nuestra misión no está completa sin la tarea de desenmascarar lo que se opone al proyecto de Dios de vivir una sociedad más humana, incluyente y próspera para todos. 

    Desde Santa Catarina Mita, Jutiapa.

    Autor

    • Victor Ruano

      De familia campesina jutiapaneca. Presbítero de la Iglesia católica en la diócesis de Jutiapa. Lic. en sociología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Atento a la realidad social y eclesial, para el análisis, la reflexión y el compromiso, desde la praxis de Jesús de Nazaret y del pensamiento social de la iglesia.

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