
Por Pablo Boiton
Socialdemócrata, guatemalteco mestizo, con estudios en Relaciones Internacionales por la USAC y Política Aplicada por el INAP, especialista en Cultura de Paz y Derechos Humanos, facilitador en procesos de formación política, colaborador en investigaciones y procesos de auditoría social. M.M.C. / N.S.E.
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El domingo 25 de octubre del 2020, Chile realizó una jornada de consulta ciudadana mediante plebiscito, la cual no pudo realizarse en abril debido a las medidas de prevención y contención del COVID-19.
No es una exageración decir que los resultados marcan un hito en la historia chilena y mundial, medios como la BBC lo resaltan, un nuevo proyecto constitucional será elaborado por 155 chilenos, de forma paritaria entre hombre y mujeres, también con una cantidad aún no definida de representantes de los Pueblos Indígenas. El 11 de abril del 2021 regresarán a las urnas para elegir a quienes les van a representar en la Asamblea Constitucional y se someterá a otra consulta para ratificar el texto en 2022.
La democracia es más que un cuerpo constitucional o el ejercicio ciudadano de elegir representantes cada cuatro años, es claro que la representatividad y el ejercicio participativo en Chile zanjó la brecha que les permite hacer frente a un nuevo proceso de renovación constitucional y obviamente institucional, la pregunta que nos hacemos muchos, ¿y en Guatemala cuándo?
Son muchas las razones por las que Chile logro ir a un proceso de redacción constitucional a un año de movilizaciones sociales y en Guatemala, a cinco años de aquellas activas Plazas, no hemos podido hacer reformas sustanciales, sino más estéticas y no le incomodan al status quo, pero quiero centrarme en una sola clave: la politización de su sociedad y la despolitización de la nuestra.
Lo que existe en Guatemala, es una democracia tutelada, como lo decía el difunto Álvaro Arzú, es decir, abrir espacios de participación para que se entretenga la ciudadanía, darle un juguete al niño para que se entretenga.
Sugiero revisar datos generados por cientistas que no necesariamente comparten formación política o ideológica con este servidor, entre ellos, el Índice de Democracia 2019 que elaboró la unidad de inteligencia de The Economist, publicado a inicios de este año arroja una cruda realidad.
Chile está entre el grupo de países considerados con democracia completa, Guatemala fue identificada un régimen híbrido. Guatemala ocupa la posición 19 de 24 países evaluados para América Latina, mientras Chile está en el 3, sólo abajo de Uruguay y Costa Rica, sí, el hermano centroamericano, las áreas de evaluación donde salimos peor calificados fueron participación política y cultura política, en las otras tres áreas no superamos los 6.92 puntos, cuando de 8 a 10 puntos se consideran procesos exitosos.
Tenemos un abanico de colores entre partidos políticos, hay para la mayoría de los gustos, quien no se siente representado ya estará pensando en armar uno nuevo y está bien, es un derecho ciudadano participar, pero también representar y allí es donde fallan todas estas organizaciones, no tienen procesos de democratización interna, llegan a espacios de representación los que salen en los calendarios o se vuelven tendencia en redes sociales, lo que deprime la participación partidaria de sus mismas afiliaciones.
Si vemos la participación de Pueblos Indígenas, estos son subrepresentados en lo político partidario y son ignorados en los espacios de toma de decisión, la mayoría de sus organizaciones ancestrales no tienen cabida legal, ni en lo municipal, mucho menos a nivel nacional.
La participación de las juventudes muchas veces es limitada por quienes ostentan los cargos directivos en todas las esferas de participación bajo la sentencia de la inexperiencia; a las personas con discapacidad no les va mejor y no voy a hablar de mujeres, ellas solas tienen un argumento más sólido, pero la constante es que el Estado es naturalmente nocivo para su desarrollo.
Por último, un discurso que ha ido pegando es el famoso ni izquierda ni derecha, desideologizando los pocos espacios serios de discusión política de altura, lo lleva a una despolitización general de la ciudadanía, por tanto, no se cambiará nada en el corto tiempo y seríamos muy optimistas si pensamos en que se logre en el mediano tiempo, algo hacemos mal en Guatemala.